
Contra lo efímero y lo voraz
Mientras desembalamos las cajas de objetos más necesarios y empezamos una limpieza titánica de la casa, —la dueña anterior, además de ser una mentirosa redomada, es, visto lo visto, tremendamente sucia— miramos, a través de los ventanales, cómo la hierba, las zarzas y las ortigas crecen salvajes alrededor de la casa.
Nos hemos propuesto no ceder a la tentación de quitar la mayoría del césped —un invento absurdo de domesticación de la naturaleza que únicamente da trabajo— y comenzar un huerto: tenemos demasiadas faenas y la casa requiere tiempo que no podemos invertir en preparar la tierra y la almáciga, trasplantar, mantener el terreno libre de mala hierba, cuidarlo de plagas, estar al tanto de la humedad necesaria y un largo etcétera de tareas que exige la huerta.
También nos hemos propuesto no ceder a la tentación de plantar árboles frutales todavía. Esto es más fácil: la inmensa mayoría no se debe trasplantar en primavera.