
Puente sobre aguas turbulentas
Me gusta tanto viajar con desconocidos como meterme astillas debajo de las uñas. Pero aquí estamos, cincuenta y tres almas anónimas procedentes de México, Portugal, Brasil y España que, seducidas por la prosopopeya de las agencias de viajes (experiencias únicas, paisajes inolvidables, ciudades deslumbrantes, diversidad cultural), se dejan conducir por un chófer quebequés y un guía mexicano. Extraños en un bus.
Alfonso, el guía, vive en Canadá desde hace treinta años. Tiene pinta de galansote de novela de Televisa, de haber conquistado a más de una doña cantándole por Vicente Fernández ayudado por ese acento melodioso y cálido de su tierra que aún conserva. A Alfonso le salió bien la aventura migratoria y defiende el país que le acogió a mero macho: si habla con devoción de Lester B. Pearson, primer ministro canadiense en los 60, es llegar a su sucesor, Pierre Trudeau (sí, el padre del guapo), y deshacerse en elogios.
También lo adoraba otro mexicano, el escritor Carlos Fuentes, que narraba un encuentro con Trudeau en términos laudatorios en un antiguo artículo de 'El País'. Fue tras una conversación en una universidad de Toronto con Robertson Davies, el novelista canadiense, donde el tema era «¿Cómo ser canadiense, cómo ser mexicano y vivir junto a los Estados Unidos?», y en la que Davies manifestaba su temor a que el vecino del sur impusiera su cultura y desnaturalizara la identidad de Canadá.