El fulgurante despertar de Notre Dame
Me contó Daniel Capó que durante el incendio de Notre Dame, un sacerdote católico, sector tridentino, entró en la catedral en llamas para salvar las Sagradas Formas y la corona de espinas, cuyo relicario hoy luce incrustado en un diseño circular de ciencia ficción.
Lo logró, al revés que un bibliófilo andaluz que hace años murió en el incendio de su casa, donde entraba y salía –la casa también en llamas– para salvar aquellos libros que amaba, hasta que ya no salió más. Mientras miro unas fotografías de la restauración del templo –tan blanco ahora como La Sagrada Familia gaudiniana– me pregunto por el espíritu de aquel sacerdote y de aquel librero también.
No sé imaginarlo en la catedral flamantemente renovada.
Como la mayoría de nosotros he estado dos o tres veces en Notre Dame y la he contemplado desde fuera –amados puentes del Sena, ribera de los buquinistas, de camino hacia el Louvre, o más abajo, hacia la Place Louis Aragon, una de mis preferidas…– en multitud de ocasiones y ojalá pueda seguir haciéndolo aún más. Siempre la encontré una iglesia oscura, de las más oscuras que he visitado.