
Verona se lleva una etapa que deja secuelas
Ese curso fluvial arranca en los Alpes, por donde comienza a circular la carrera, que cada vez se pone más interesante. Allí, en Asiago, muy cerca del monumento al horror, Carlos Verona completó una aventura personal que acabó bien. En la meta le esperaba su mujer, Esther, y sus dos hijas, que se abrazaban al cuello de su padre, más por la ilusión de verle que por la victoria. La familia es así.
El corredor nacido en El Escorial fue el más listo, el más fuerte y el más rápido de una jornada de la que se esperaba mucho menos de lo que al final sucedió, así que tiene mérito el éxito de un gregario que llegaba al Giro para otras cosas, pero el adiós de Ciccone y tener a Pedersen malherido, cambió las cosas: «No venía al Giro pensando en ganar una etapa, y estaba feliz simplemente de estar aquí, apoyando al máximo a Mads y Giulio», pero «todo cambió cuando perdimos a Cicco.
Hoy era mi día. No quería hacerlo por mí, sino por el equipo, sabiendo cuánto había trabajado Giulio para esta carrera».