
«Puede que llegue tarde»: 25 años tras la pista de un SMS
No hay fallo. Teresa siempre descuelga el teléfono. Primero, desconcertada. «¿Sí?», pregunta alargando la 'i'. Entonces se identifica la interlocutora, le plantea la opción de volver a sacar un reportaje sobre la desaparición de su hija y ella asiente sin titubeos. La voz de Teresa empieza a romperse con la sutileza con que se resquebraja a veces el cristal. «Y, ¿no estás mejor?», se atreve a preguntar la periodista. «Qué va, yo creo que estoy peor porque se me acaba el tiempo y quién la va a buscar».
Teresa tiene 25 años más que en aquella primera batida para buscar a su hija tras una noche en la feria de la que no regresó. Los años le han caído como losas, aunque siempre se ha recompuesto para plantarse frente a su pueblo en cualquier aniversario de la desaparición, ante cualquier entrevista o para montarse en el coche, junto a Antonio, y plantarse en Valencia a tirar de un hilo –siempre– falso. El regreso en silencio, enfilando la entrada de Motril con los bolsillos vacíos y nadie en el asiento trasero.
Dice el periodista Paco Lobatón, experto en desapariciones, un clásico televisivo en la búsqueda de personas tragadas por la tierra, que los padres de María Teresa son especiales. Que nadie ha buscado como ellos: incansables, abatidos pero fuertes, y hasta el final. Dejar de buscar a su niña no es una opción. Esperarla es una forma de vida.