5Foto© lavanguardia.comMadrid incorpora robots en el Gregorio Marañón y ahorra 5.700 horas de trabajo
Los ámbitos en los que hoy puede plantearse una colaboración fructífera y estable entre Barcelona y Madrid son limitados. Vamos a referirnos –a modo de excepción– a uno de ellos. Ayer se clausuró con éxito la bienal Ciutat i Ciència, un proyecto surgido en 2019 en Barcelona pero que, por segunda edición consecutiva, ha discurrido en paralelo en Madrid gracias a la colaboración del Círculo de Bellas Artes, que dirige el filósofo Valerio Rocco.
La cuestión cuántica ha sido el eje vertebrador, sin rehuir el debate sobre los efecto que este avance disruptivo puede tener en la turbulenta actualidad geopolítica. Son asuntos que preocupan a aquellos ciudadanos del mundo que están dotados –aún– de sentido crítico, al margen de la ciudad en la que residan. Pero, como decíamos, no abundan los escenarios de entendimiento entre las dos grandes metrópolis del país.
Está más arraigado, por supuesto, el hábito de esconder las miserias propias al tiempo que se afean las ajenas, aunque en eso también hay excepciones. Barcelona, por ejemplo, es una ciudad que lleva la autoevaluación y la autocrítica al extremo, incluso en aquellos asuntos que son de mal difundir, como las lacras que derivan de la creciente desigualdad social (chabolismo, pobreza infantil, índice de personas sin techo...).