Los «Santos Inocentes» de hoy

Estaba soñando, María, de camino a Jerusalén, o a los pies del Templo. Ya no lo sé. Me siento abatido. Soy viejo y mi memoria está hecha de humo. Como los huesos de mis manos. Apareció un ángel, el mismo que me visitó en aquel otro sueño de primavera y me advirtió de que el hijo que crecía en tu seno era Dios, no fruto de una traición. Y Él sabe que creí lo que antes no había creído de ti.

A veces las palabras no bastan. Sí los sueños. Como este. O tal vez fue una conversación entre los sacerdotes del Templo, tras estudiar las Escrituras. No sé de dónde procede esta verdad, pero sé que es cierta, que te tienes que vestir, que tienes que arropar al niño y abrazarlo bien fuerte mientras salimos de Belén esta misma noche, a lomos de una pollina.

Ay, María, si supieras cómo me pesan los pies, cómo me duele el alma. El ángel, los sacerdotes, hablaban de una condena, de un rey poderoso y herido en la vanidad. Temo nombrarlo en voz alta, que con decir Herodes su sombra se represente en nuestra casa, en este establo que hace unos días se dignificó para siempre como el hogar de la esperanza. Herodes, decía la voz, ha decretado una matanza.