
La desgracia de Iván Romeo bajo la lluvia
«Haber estudiado», contestaba otro clásico, esta vez del periodismo, cuando le hablaban de las penurias de los ciclistas, pero Iván Romeo comenzó a estudiar una carrera antes de ser profesional. Cada uno a lo suyo. Pero es verdad que hay veces en las que a las dificultades habituales de una etapa se unen otras que llegan sin esperarlo o que se prevén, pero no se pueden controlar.
Si amanece con lluvia, los ciclistas fruncen el ceño, porque saben que tendrán que extremar la precaución, y ni así es posible saber lo que puede suceder en cualquier pueblo por el que pasa la carrera, como que se cruce un perro, se meta un insensato a hacerse un selfie.
O de repente, un ataque de ambición, como el de Iván Romeo, que tiene piernas, como en el Dauphiné, o en el campeonato de España. Se siente fuerte y es la última oportunidad, así que desafía a Gregoire, a Groves, a Velasco, que perdía sus energías insultando -presuntamente- a Jordan Jegat, que no era bienvenido en la fuga del día. «Me insultó de todas las formas posibles en la llegada», confiesa el francés. «No hablo italiano, pero entiendo perfectamente lo que me dijo. En el ciclismo hablamos mucho de tarjetas amarillas; se habría merecido una».