
El susto de Pogacar hace temblar al Tour
Pero a veces no, porque un Tour se puede torcer en una maniobra inesperada a cinco kilómetros del refugio de los autobuses, donde esperan la ropa limpia y el aire acondicionado, porque se cruza un Tobias Johannessen cualquiera. «Todo el grupo se fue a la derecha y yo los seguí. Pogacar estaba hablando por la radio y chocamos. Claro que pasa, pero no lo quería. Nadie lo quiere. Luego lo esperamos y espero que todo le vaya bien».
Tadej toca su rueda delantera con la trasera del noruego y eso que la jerga ciclista llama hacer el afilador se cobra una víctima. El esloveno resbala por el asfalto y choca el hombro con el resalte de un carril bici, paradojas de la vida. «Todo bien, todo bien», repite para tranquilidad de los suyos, porque como sucedió en la Strade Bianche, en la que dio un par de vueltas de campana por un prado antes de ganar en Siena, solo parece cosa de chapa y pintura. Menos mal, porque ¿qué iban a ser los Pirineos sin ese ciclista que con cada caída demuestra que es mortal e inmortal a la vez?
Le esperan los capos del pelotón, que no tienen prisa ni ganas de hacer escarnio con el caído. «Claro, la carrera no estaba lanzada para nosotros», apunta Enric Mas. «Es lo normal», y lo agradece Tadej en meta, codo ensangrentado, repartiendo saludos a sus rivales a la sombra de los árboles del Boulevard Lascrosses y exonerando a Johannessen de toda culpa. «Hablé con él después de la etapa, le dije que lo sentía, pero que no podía hacer nada. Me dijo que no me preocupara», explicó el noruego.