
El Papa de las puertas abiertas
Bergoglio, que tenía entonces 76 años, se presentó aquel 13 de marzo de 2013 como un Papa alejado de todo: tanto de los juegos de poder de la Curia romana como del eurocentrismo que marcó el devenir de la Iglesia durante siglos.
Primer americano y primer jesuita en llegar al solio pontificio, y también el primero en optar por el nombre de Francisco en recuerdo del santo de Asís, el argentino adelantaba de esta manera las sorpresas que iban a sacudir a la comunidad católica durante su pontificado y que llegarán hasta su epílogo, al pedir ser enterrado en la basílica romana de Santa María la Mayor y no en la de San Pedro del Vaticano, donde reposan los últimos Papas.
Francisco quería remarcar así, incluso en su tumba, su condición de 'outsider', de hombre libre y sin miedo a romper esquemas, como plasmó en infinidad de ocasiones desde el primero hasta el último de sus días como obispo de Roma. Hasta dejó preparado un funeral con un rito simplificado respecto al de sus antecesores.