
El niño con autismo que aún no ha pisado el colegio porque no tiene cómo ir
El viento mece las ramas, los pájaros pían... y, de vez en cuando, se oye el motor de algún coche. Así suenan las mañanas en La Malahá, un pequeño pueblo de la provincia de Granada que no suma ni 2.000 vecinos. Es entresemana; casi todos están trabajando o en clase. Solo unos pocos se libran, los más mayores. Al final de una calle, junto al parque infantil, han conquistado la sombra de los árboles. Allí pasan las horas hasta que, cuando llega el mediodía, abandonan las sillas a su suerte, sabiendo que cuando vuelvan todo seguirá exactamente igual.
Esa certidumbre fruto de la experiencia no se estila, sin embargo, en la calle de arriba, donde el paisaje natural se pierde entre humildes adosados blancos. Solo un hombre vaga por allí a la llegada de IDEAL; acierta el destino y lo señala. En la entrada, sobre un muro, la colada se seca al sol. Mientras tanto, en el salón, el pequeño Aarón mira con entusiamo la televisión, aunque los dibujos animados no logran captar su atención por mucho tiempo. El niño de cuatro años corre, salta, aplaude. No para quieto.
Sin pensárselo dos veces, sale disparado. En el recibidor, frente al espejo, juega con su ukelele azul. Y, sin motivo aparente, empieza a gritar. Unos segundos y se le pasa el berrinche. Vuelve a reír y a correr mientras agarra su camiseta roja del hombre araña. Su madre lo persigue por toda la casa. «¡Niño, hazme caso! Ya vamos a salir», le dice. «Todavía no hay un diagnóstico oficial, pero todo apunta a que tiene un trastorno del espectro autista», comparte con este periódico camino al parque infantil.