El Hospital de Basurto, líder en el tratamiento de una enfermedad que sufren miles de personas

Déjenme pensar en voz alta. Sí, lo voy a hacer. Allá voy...La Navidad suele presentarse como una postal insistente: mesas largas, risas programadas y abrazos que llegan a tiempo.Creo que todo está pensado para ocurrir fuera de los hospitales. Pero, sin embargo, hay miles de personas que pasan estas fechas ahí dentro. En un lugar donde el calendario no sirve de mucho y el tiempo se mide en constantes vitales, turnos de enfermería y largos silencios.

En un hospital, la Navidad no huele a pino ni a canela. Y mucho menos a pavo recién trinchado. ¡Huele a desinfectante! Tampoco hay villancicos espontáneos, ni panderetas... En un hospital hay monitores que pitan. Sí, no hay brindis, hay sueros. Y no hay falsas promesas de “el año que viene será mejor”, porque el futuro se reduce a algo mucho más básico: pasar la noche, llegar a mañana y que el dolor afloje un poco.

Lo más duro no es la enfermedad. Es la comparación. Saber que, mientras tú miras el techo de una habitación blanca, el mundo celebra. Que afuera todo sigue funcionando con una alegría casi ofensiva. Y lo más duro es que la vida no se detiene para acompañarte. Y la verdadera soledad no es estar solo, sino sentir que el mundo ha decidido no mirarte.