
Trump está “muy enfadado” con Putin: amenaza con aranceles a los países que compren petróleo ruso si no avanza el alto al fuego en Ucrania
Una de las frases que me quedaron de mis seis años de latín (cuatro en el instituto y dos en la universidad) es “Si vis pacem, para bellum” –si quieres la paz, prepara la guerra–, que, en la época, no acabé de comprender porque yo entonces estaba convencida, siendo como era admiradora de los flower children de la generación anterior, de que solo la paz engendra la paz y que la violencia nunca es solución.
En mi juventud, la mayor parte de las personas que me rodeaban habían sufrido una guerra en carne propia –unos la Guerra Civil española, otros la Segunda Guerra Mundial–, muchas de las novelas que leíamos tenían relación con la espantosa experiencia bélica, con la increíble crueldad de la que somos capaces los seres humanos cuando podemos, la destrucción casi completa no solo de vidas y de ciudades, infraestructuras y patrimonio personal sino de todos los valores que nos permitían seguir llamándonos humanos.
Veíamos muchísimas películas de guerra (sesgadas, claro) en las que se nos presentaba el horror que, sesgado o no, era perfectamente real.