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Acudir a una comparecencia de Pedro Sánchez es una experiencia desconcertante. Llegas resuelto a exigir explicaciones a este Gobierno paralizado, salpicado por la corrupción, y sales teniéndole tirria al Partido Popular. Qué rabia da el PP cuando peor lo hace el PSOE. Son los efectos prestidigitadores del cuento que te cuenta el Calleja de Moncloa en cuanto te descuidas.
La primera comparecencia de Sánchez, tras el portazo de los Pimpinela de Waterloo, fue un hito narrativo, al que no le faltó ni la mímica. Sánchez hizo un derroche de risitas, encogimiento de hombros y, al pensar en Feijóo como presidente, hasta se tapó la cara, como el monito del WhatsApp.
Todo empezó con un tostón equipado de todos los clichés de la cosmovisión sanchista: vivienda, ecologismo, Israel… El presidente cabalgaba triunfante sobre su propio almíbar, y al escuchar los ladridos de la oposición, jalonaba su discurso con una pregunta retórica a modo de leitmotiv: «¿Es mentira? Sí, sí; es así». Pedro se preguntaba y Pedro se contestaba.