Le dan un buen golpe a su coche aparcado y le dejan esta nota
En la mente de un totalitario está claro. Al tener un horizonte capaz de brindarle el poder permanente lo aborda. Lo hace de manera aparentemente legal. Curzio Malaparte lo desgranó en «Técnica del golpe de Estado». Pasea su análisis desde los bolcheviques (Lenin, Trotski, Stalin); la marcha sobre Roma de su Mussolini sin dejar fuera a Bonaparte y su 18 Brumario; hasta Hitler, que llegó a la Cancillería en minoría, y la lio grande. El golpe es posible sin que lo parezca.
Cualquier comparación con los sucesos españoles actuales enseña que la historia política mundial tiene vasos comunicantes en el tiempo. El tufo totalitario se cierne sobre España. Lo advierten muchos de los políticos históricos de la Transición. Aunque la oposición principal desvaría frecuentemente el objetivo a vencer. El pueblo inerme se distrae con la vida que le muerde el bolsillo. Sestea y suspira con la mirada en el verano y la dádiva pública. Pero los del poder cierran filas sin fisuras con sus socios internos y externos. Van sobrados.
El plan populista posmoderno lo inauguró Hugo Chávez aconsejado por Castro. En Iberoamérica, rebautizado «Socialismo del siglo XXI», se ha extendido. Nueva estrategia tras el derrumbe comunista en Europa del Este. El Eurocomunismo queda para libros académicos. La fórmula es llegar al poder vía electoral. Ganar es lo de menos. Se obtiene el control del gobierno por un puñado de votos, para eso suman los socios ávidos de sentarse a la mesa del festín. La derecha sueña con su propio populismo, según el clima.