El primer beso, y de cuento, de Carlos y Diana
Habló el arzobispo de Canterbury aquel 29 de julio del que hoy se cumplen 43 años de que ante él estaban todos los ingredientes que conforman un cuento de hadas. Poco buen ojo tenía el hombre conociendo hoy cómo terminó la historia.
Sí es cierto que ahí estaban, en el altar, un príncipe y una joven que, por el arte de decir «sí, quiero» –aunque llegado el momento se trabó y se intuyó su asentimiento más que escucharlo– iba a convertirse en princesa. Y no en una princesa cualquiera. Ocurrió en verano. La boda de Carlos de Inglaterra y lady Diana Spencer. Ha sido, y será, el enlace más comentado, más veces analizado.
La imagen de la joven Diana, de 20 años recién cumplidos, descendiendo del carruaje con aquel vestido irrepetible e indescriptible –la propia novia, años más tarde llegó a describirlo como una tarta de merengue– está grabada en la retina de todo aquel que en algún momento lo ha visto. La cola de 7,5 metros es una marca hasta hoy insuperable para el resto de novias reales que la siguieron.