
El día que Vargas Llosa me dejó fisgar en su gran biblioteca
Salimos al escenario del Principal y, siguiendo la pauta prevista, leí unas pocas líneas de presentación que incluían un juego inevitable: aquello iba a ser una conversación en la Catedral, pero en este caso una de tipo bien distinto. A partir de ahí, Vargas Llosa comenzó a hablar. Sin un papel, sin dejar ni una frase sin terminar, sin un solo desajuste en el relato.
Habló de los constructores de catedrales, del papel de estas en la Edad Media, de las agujas que apuntan al cielo, de las oraciones que en ellas se pronunciaban, de los ritos, de la fe… Poco a poco, el relato derivó hacia las utopías y de ahí a su novela, que traza las trayectorias de Flora Tristán y su nieto Paul Gauguin.
Si la primera perseguía la ampliación de los derechos de mujeres y trabajadores, el segundo buscaba el Paraíso en la Tierra, hasta su llegada a Tahití. De nuevo, el relato fue derivando hasta encaminarse otra vez a las catedrales y más en concreto a la de Vitoria antes de terminar la charla.