
El Cabildo aconseja el cierre total de la GC-41 en Valsequillo tras el desprendimiento
Haciendo un reportaje en la facultad de Químicas de la Universidad de Santiago, me mostraron un frasco con un bebé dibujado en la etiqueta anunciando opio para niños. Se presentaba como la mejor medicina para que los pequeños dejaran de dar la lata: un par de gotitas de opio con azúcar en el chupete y dormían como angelitos. Para dormir, opio y para tener apetito, quina Santa Catalina, que, como se anunciaba en la radio, «da unas ganas de comer». Si es que nos criaban drogados y alcohólicos: vino antes de comer y opio antes de cenar. Sin embargo, jamás pisamos una sala de Urgencias.
Cuando a los 20 días de nacer, en una operación a vida o muerte, me amputaron el brazo derecho, el médico que me operó, una eminencia madrileña, planificó una dieta para recuperarme que incluía los sesos de ternera o cordero en tortilla, en puré o rebozados. Crecí sano, pero si hoy le das sesos a un niño, te denuncian a la OMS. Los niños modernos comen tofu, kéfir, quinoa y chía, no prueban la sal, no huelen el azúcar y crecen tan sanos que si se les escapa un pedo, los llevan a Urgencias.