
Robots, vehículos autónomos e IA para dotar a la industria de flexibilidad
Es lunes, temprano, y me pongo al día con mi madre tomando el café de la mañana. Aunque llevamos décadas viviendo en ciudades distintas, siempre hemos estado unidos y hablamos con frecuencia. Es una terapeuta de salud mental de 92 años, sana y espabilada, que sigue atendiendo a clientes y siempre está al día de las últimas películas de cine indie. Le sirvo otra taza y le pregunto qué consejo le gustaría dar a sus nietos. Se queda pensativa unos instantes y responde con su familiar acento de Minneapolis.
"Encuentra la alegría", me dice, "incluso en los momentos más difíciles".
Por la suavidad de su voz sé a qué momentos se refiere: el secuestro y asesinato en 1973 de mi hermano mayor, Jonathan, cuando él tenía 11 años y yo 4. Es la tragedia que marcó a nuestra familia, y mi madre y yo hablamos largo y tendido de ello para mis memorias, Alligator Candy.
Para ilustrarlo, mi madre recuerda una ocasión en la que ella y mi padre salieron con unos amigos. "Estábamos en casa de Arnie y Gail y nos reímos tanto que empecé a llorar, pero a llorar de verdad", afirma. "Fue una mezcla de emociones, pero me demostró lo poderosa que puede ser la risa".