
La Memoria de García Ortiz no tapa nuestra memoria
En los albores de este miércoles, cruzando el umbral de la Zarzuela con paso corto y cabeza alta (que es como cruzan la historia los personajes secundarios que creen ser protagonistas), Álvaro García Ortiz se plantó frente al Rey para entregarle la Memoria Anual de la Fiscalía. Podría haberle entregado un ramo de flores, una caja de bombones o, ya puestos, una confesión firmada. Pero no. Optó por el papel. Papel institucional, eso sí, bien impreso, con portada sobria y mucho contenido que, como los discursos de Año Nuevo, nadie leerá en voz alta sin perder la compostura.
Felipe VI hizo de Rey. Es decir, sonrió sin arrugar la toga del silencio. Recibió la Memoria, dio la mano, y quiero pensar que no perdió la memoria. Porque no es lo mismo recibir al fiscal general del Estado que recibir al fiscal general procesado del Estado. Ahí está el matiz, la grieta, la metonimia de una democracia que se lame las heridas con vaselina institucional.
García Ortiz, por su parte, cumplió el rito con la actitud del invitado que llega a una boda en la que nadie quería verle. En vez de llevar padrino, llevaba auto de procesamiento. En vez de testigos, llevaba periodistas. Y en vez de dignidad, llevaba servilismo reciclado en celofán institucional. Eso, y un escueto «buenos días». Nada más. Porque a veces el silencio no es prudencia, sino estrategia.