Joseph Conrad, un siglo navegando por las tinieblas del alma
En los libros de Joseph Conrad, los límites se desdibujan y la espesura se apodera de los contornos: un codo del Támesis puede semejar al río Congo, en las radas y aduanas del sudeste asiático aparecen tipos de proveniencia indefinida, y salvajismo y civilización, dos nociones meridianas para los europeos de su tiempo, se dan la mano en el pecho del mismo hombre.
La vida del propio Conrad, nacido Jósef Teodor Konrad Korzeniowski en 1857 y muerto ahora hace cien años, el 3 de agosto de 1924, es un espacio transfronterizo, territorio abigarrado de circunstancias que dieron como resultado un escritor único en su especie, que trascendió la novela exótica de su tiempo y tiñó de torturado psicologismo las aventuras del mar: por ejemplo, renegaba de Melville y su Moby Dick y reivindicaba ser un escritor «distinto, quizás algo más que un escritor del mar, o aun de los trópicos».
Antes de publicar una sola línea, Conrad fue Konrad, un británico que nació polaco, un escritor que fue marino y un marino que pasó de la vela al vapor. Como luego sus personajes, parecía existir sin arraigo, barco sin bandera ni propósito, siempre a expensas de la siguiente misión comercial. Su aventura secular arranca en Polonia, en una vieja ciudad, Berdisehv, perteneciente al Imperio ruso, y acaba en el Estado Libre del Congo belga en 1890, donde cumplió su última misión antes de recluirse con todo su bagaje vital a componer su obra.