El muro de los desesperados: Atrapados en la frontera
«Yo no vengo buscando sueños, vengo resguardando mi vida y la de mi hijo», aclara. Salió huyendo hace cinco años del recrudecimiento del conflicto armado en Colombia, donde perdió un hijo. Venezuela no fue el refugio que esperaba. Cuando el año pasado le quitaron la casa emprendió el viaje hacia el norte, con el único hijo que le queda bajo el ala. Cruzó la selva del Darién en tres días.
«Nadie pensaba que pudiera hacerlo en mis condiciones físicas», presume. La extorsionaron por todo Centroamérica. Aguantó en Chiapas hasta que pudo sumarse a una caravana para atravesar a pie los 4.000 kilómetros del país azteca. La inmigración mexicana los detuvo varias veces, con la macabra estrategia de hacerlos retroceder, por fuerza o engaño, a otras ciudades alejadas de su ruta.
El pacto con el Gobierno de Joe Biden era impedir que los desarrapados llegaran a la frontera de EE UU sin cita previa. El gobierno de López Obrador envió 12.000 efectivos a custodiarlos en Chiapas. No se rindieron. Subieron montañas, atravesaron aguas pantanosas, «con culebras y barro hasta la cintura», viajaron de noche y pagaron mordidas, hasta que el 1 de enero la aplicación de CBP One, que hasta la semana pasada repartía 1.450 citas diarias en ocho puntos fronterizos, le regaló a Margelis, su compañero y su hijo de 13 años la ilusión de ser escuchados.