
El mayor problema de Aston Martin es Lance Stroll
Hay pilotos a los que se les termina respetando por insistencia. Por improbables. Por resistir en un entorno que los supera sin desentonar del todo. Tipos como Nico Hülkenberg, que ha tardado 239 carreras en subir al podio, pero que jamás perdió el crédito de ser un piloto sólido, fiable, incluso brillante cuando el contexto acompaña. Se le cuestionaron decisiones, no talento. Nunca actitud.
Luego está Lance Stroll. Hay elementos en el paddock que sobreviven como los muebles heredados que uno no se atreve a tirar: la mesilla de noche de la abuela, la estantería coja que nadie se molesta en reparar, el cenicero de la boda del primo. Están ahí por inercia, no por mérito. Nadie los necesita, pero pocos se atreven a hacer limpieza. Stroll lleva años en ese rol.
Con la diferencia de que su presencia no es inocua: es molesta, perjudicial e irritante. Como compañero de equipo, como rival en pista, como interlocutor ante los medios e incluso como activo interno para su escudería. Un talento para incomodar.