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El Carnaval jaraiceño arranca hoy con el pregón de fiestas
El botellón del Carnaval de Badajoz gusta tanto porque es lo más parecido a una experiencia de guerra en este lado del mundo. Unos se hacen corresponsales en Siria y otros van a la plaza de San Atón. Fui todos los años cuando estudiaba en la universidad. Recuerdo que al día siguiente me despertaba con la satisfacción de haber sobrevivido a algo realmente extremo.
Por entonces, el terror era provocado por unos tipos disfrazados de esquimal (desconozco si sigue vigente este código de vestimenta). Se pavoneaban por los corros tirando botellas, empujando, repartiendo guantazos y enseñando cosas afiladas. Si la mala fortuna te ponía delante un esquimal, acababas con la ceja rota. Nos curábamos con chorros de vodka. Había muchos esquimales, más que en Laponia.
A medida que pasaban las horas y la pasta de barro etílico empezaba a trepar por los pantalones, el peligro aumentaba. Las parejas se abrazaban como si acabara de pasar un bombardeo. De madrugada, la masa se trasladaba a la plaza de España, donde eran habituales los vuelos de botellas con música de Wagner.