
El Día de Europa y el sueño de la Capitalidad
Aquella Europa, nacida de la devastación de la Segunda Guerra Mundial, está siendo acechada por no pocos peligros que ponen a prueba su solidez. El nuevo fascismo –gobernando en países como Italia, Hungría..., o muy cerca de hacerlo–, la guerra de Ucrania, el distanciamiento del trumpista EE UU, la ambición imperialista de Rusia y su obsesión por acabar con la UE, pretenden minar los grandes principios sostenidos en la Declaración de Schuman: paz, solidaridad y cooperación entre sus pueblos.
En el contexto histórico de los años 50, las consecuencias de la guerra y las muchas incógnitas por despejar: recuperación económica –Plan Marshall–, tensiones geopolíticas entre bloques antagónicos –Occidental y Soviético–, restablecimiento de sociedades democráticas, aquella propuesta significó un halo de esperanza. Hablar de solidaridad y cooperación era ya un éxito. Postularse por la unión de las naciones europeas, exigiendo «la eliminación de la secular oposición entre Francia y Alemania», que tantas tensiones y guerras había ocasionado, suponía todo un logro.
Decía el texto de la Declaración que «la contribución que una Europa organizada y viva puede aportar a la civilización es indispensable para el mantenimiento de unas relaciones pacíficas».