El ataque con cuchillo contra un grupo de niños en Alemania agita la campaña electoral
Hizo todo lo contrario. «Con el apoyo de mi madre, que era profesora de educación física, comencé a jugar en la escuela. Solo queríamos disfrutar como los chicos. Un día, varios hombres nos quitaron la pelota y la rajaron con un cuchillo», relata. Esa primera amenaza acabó derivando en ataques físicos. Pero, en vez de arredrarse, Popal entendió que su pasión se había convertido en un objetivo vital.
Lo que no podía saber entonces es que, con un pequeño grupo de mujeres, acabaría creando la primera liga afgana de fútbol femenino y que capitanearía su primera selección nacional. No tuvo sus primeras botas de fútbol hasta que la invitaron a jugar contra Pakistán, y no tiene reparo en reconocer que eran «muy malas». Pero se enorgullece de haber convertido el fútbol en una herramienta del empoderamiento de la mujer afgana y en referente para muchas niñas.
Eso sí, ha pagado cara su osadía. Las amenazas de muerte forzaron su marcha, y en 2011 Popal se convirtió en refugiada. «Es el momento más traumático de todos», reconoce. No obstante, su vida en diferentes países escandinavos -ahora en Dinamarca- le ha proporcionado una perspectiva muy diferente del mundo. Y, desafortunadamente, ve con gran preocupación los cambios que se producen tanto en su país natal como en el mundo occidental que la acoge.