Bilbao da un paso más para soterrar el ferrocarril en Olabeaga
Son demasiadas cosas las que sigue sin entender como vecino del término municipal de Almería. Algunas ya las da por imposible, casi como el poder entender los más complejos principios de la física cuántica, los avances de la química orgánica o lo que tiene que hacer la UD Almería para clasificarse para la Champions League.
Los interrogantes le llenan tanto la cabeza que se le desbordan y caen al suelo confundiéndose con los remiendos de las aceras, los bordillos carcomidos y los baches y resaltos de la calzada. Así, despliega sana envidia ante los maravillosos parques infantiles que ve al pasar por otros lugares y lo abandonados que están los más cercanos, algunos como el Anna Paulova, desmontado deprisa y corriendo, remendado y recortado a la chita callando. Y no les digo nada del llamado boulevard, con palmeras con más barbas que Matusalén, árboles raquíticos, aceras sucias, empercudías más bien.
Claro que podía ser peor, como me han dicho, alguna que otra vez, determinados concejales que sólo acuden cuando hay que pedir el voto, pero que se dan el bote para no tener que dar la cara y ni se enfrentan al abandono visible, tocable, comentable, oloroso y hasta gustoso, si me apuran, en el que un barrio, que es más pueblo que barriada, se desenvuelve de San Urbano a San Urbano -que por cierto se celebra este mes-.