
Y tras el civismo, ¿ahora qué?
En contraste con las series de las plataformas, donde un acontecimiento apocalíptico desata el caos más absoluto, los españoles desplegaron el lunes altas cotas de civismo durante el gran apagón. No hubo disturbios, los peatones cruzaron las grandes avenidas sin atropellos y hasta el acopio de alimentos, linternas y radios se realizó con bastante orden.
Mientras, las terrazas llenas ofrecían una imagen de cierta despreocupación colectiva. ¿Saca la sociedad española lo mejor de sí misma cuando ocurre un acontecimiento inesperado que exige respeto a las normas? ¿O es esa especie de indolencia nacional, a la vez, un freno a la hora de exigir responsabilidades públicas por un hecho tan grave como el del lunes?
«Estoy un poco atónito por esa percepción de que, si ocurre un apagón, la civilización va a colapsar y la gente se va a poner a saquear, y más en una crisis con una duración temporal muy pequeña», se sorprende el politólogo Pablo Simón, que pelea contra la idea de que la sociedad española sea «pseudoheredera del Lazarillo de Tormes; es decir, que cuando algo va mal, todos se van a comportar mal».