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Starmer vuela a Washington para su esperada reunión con Trump
Pocas veces el vuelo de un primer ministro británico a un país extranjero ha tenido a la población pendiente, después del ingenuo y fracasado viaje de Neville Chamberlain a Múnich para apaciguar a Hitler en 1938. Margaret Thatcher, en 1987, voló a Moscú. La acompañaron al Telón de Acero su jefe de prensa y su asesor para asuntos internacionales, Charles Powell.
Resultó un viaje barato y la Dama de Hierro fue vitoreada por la población rusa. Fue entrevistada con agudeza en la televisión durante casi una hora y la mujer que sentía más simpatía por Mijaíl Gorbachov que por el canciller alemán, Helmut Kohl, habló en primera persona del plural, como representando a todo Occidente, en su argumentación en favor de la libertad y del desarme nuclear.
Tony Blair tuvo también un viaje célebre al rancho Crawford de George W. Bush, en Texas. El de 2002 les sirvió para planear cómo iban a desencadenar la invasión de Irak. Según las minutas anotadas por un asesor del británico, el nivel de preparación para la guerra era mínimo. Y cuando se pusieron a trabajar, Bush insistió en que el mundo sería mejor sin Saddam Hussein. También quería estabilidad.