
Paestum, la tumba del nadador feliz
No puedo moverme de este lugar, frente al tuffatore, los frescos de una tumba tan antigua como el cielo que nos cobija. El guardia de seguridad me observa despistado. No son muchos los que llegan hasta aquí. El sol de julio arde y Nápoles actúa como un atrapasueños para los amantes de la arqueológica. La mayoría se quedan en sus calles, se pierden por las ilustres domus de Pompeya, navegan sobre las aguas de Capri o se precipitan al lujo de Amalfi.
Yo he descendido más aún. He desafiado a la gravedad, como el nadador al que no puedo quitar la atención, y he llegado a Paestum esta mañana. Poseidonia la llamaron sus fundadores, griegos afincados en Síbaris, al otro lado de la península italiana. El arte de viajar continuamente fundaba paraísos de este tamaño. Templos junto al mar. Una tumba hermosa para narrar una vida breve. No me puedo separar del tuffatore, lo reconozco.
Los templos de Atenea y de Hera rivalizan junto a los pinos. La Magna Grecia fue la sublimación de la civilización griega, que necesitó de una geografía más amable para mostrar todo su potencial. Paestum busca la sombra de los árboles y por eso sus tumbas representan siempre hombres y mujeres felices de haber vivido. No es poca levedad eso. Sin embargo, la más exuberante de las bellezas siempre se esconde en los pequeños detalles. Estoy cansado, pero no de caminar, sino de asombrarme de lo más sencillo de la vida. Extasiado, porque la verdad se revela en pequeños gestos cotidianos.