
«Me jubilaré cuando sea mayor»
- Me confieso cada semana. Confesarse es arrepentirse, dialogar y desahogarse con alguien. No es decir pecados. Yo cuando confieso y me empiezan a decir todos los pecados, les paro. Con que te arrepientas, basta. Dios perdona siempre. Y muchos respiran.
- El no haber querido a la gente. Siendo niño me encontré con un hombre tirado en la calle, creía que estaba muerto y pasé de largo. Cuando fui a contárselo a mi padre, me dijo que lo que tenía era una borrachera de anís. Aquello me alivió algo, pero, aunque tenía solo siete años, siempre me he quedado con que no ayudé a aquel señor.
- Que sienten que no les quieren en casa, que no son nadie o que no tienen una cama donde dormir o dinero para pagar el alquiler. Eso es un dolor inmenso. Y aunque no puedes hacer mucho por arreglar su situación, te agradecen que les hayas escuchado y a mí se me pone un nudo en la garganta porque a veces lo único que hemos hecho es eso, escuchar.