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Gobierno y Generalitat activan las comisiones bilaterales para cumplir con sus aliados
Que el Rey Felipe VI -el jefe del Estado, hay que recordarlo- visite el pueblo en el que uno ha nacido es en sí mismo un orgullo y honor. Y no, no hablo de regímenes políticos, de monarquías parlamentarias o de repúblicas. Somos, sin duda, el lugar en el que nacemos, en el que crecemos, en el que echamos raíces.
Y la estancia del monarca en El Campello (Alicante) el lunes pasado en el acto para honrar al jurista y humanista Rafael Altamira trasciende el motivo de su visita. Por encima de todo se agradece, y mucho, su visita. Y además tiene una gran carga simbólica que se produjera el 10 de febrero, día en que un gran defensor de la paz y la concordia entre los pueblos nacía en Alicante. En el año 1866 para ser exactos. Y tiene trascendencia también porque hace tres meses y medio de la gran riada que partió por la mitad el corazón de la Comunidad Valenciana.
En el acto había políticos, y muchos. Que la patria que condenó a Altamira al exilio tras la Guerra Civil, lo acoja ahora, lo merecía. Me pregunto dónde estaba Pedro Sánchez, el jefe del Gobierno, o la propia Diana Morant, secretaria general de los socialistas valencianos. Ninguno de los dos tuvieron a bien acercarse a El Campello y, sinceramente, no creo que sus agendas estén más cargadas que la del propio Rey. Querer es poder, casi siempre. Y estar era arropar a un municipio, a una provincia, y a toda una Comunitat que necesitan aliento y cariño.