
El juez Peinado cita a Begoña Gómez para notificarle su juicio con jurado
El 28 de abril nos quedamos a oscuras. A la mayor parte del país ya se le habrá olvidado, pero lo sucedido fue de una gravedad extrema. No fue solo un apagón, fue el striptease de nuestras vergüenzas. Nuestro sistema eléctrico cayó como un castillo de naipes, como las piezas de un dominó infantil; algo no solo impensable, sino, además, inadmisible. Y con la luz se nos fue también la reputación. Es del gusto patrio romantizar la tragedia, como sucedió aquel día, pero no hay épica posible: hubo caos, incompetencia y ridículo a partes iguales.
Desde entonces hemos conocido varios informes que se han plagiado el estribillo: «Yo no fui». Cada parte blanquea los hechos con tecnicismos mientras señala a la de al lado, y así el caso avanza imparable hacia el único sitio donde podremos dictaminar quién fue el culpable: un juzgado. Y allí alguien tendrá que decir lo obvio: si la red se desploma, el timonel no puede salir indemne. Red Eléctrica no es un mero comentarista; sino el responsable de controlar las sobretensiones de la red (la causa real del apagón). Su deber es sostener nuestro sistema eléctrico, y el 28 de abril no sostuvo nada.
Lo que ocurrió no fue un mal día cualquiera. Fue algo predicho, esperado y anunciado. Fue algo que la propia Red Eléctrica había escrito ya en numerosos documentos de autoría propia. Y, sin embargo, la película que se nos quiere vender es la de siempre: «Circunstancias excepcionales», «episodio imprevisible», «no se podía saber», «nadie pudo hacer más». La espesa niebla que cubre todo cuando llega la hora a asumir responsabilidades.