
Cuenca y Hermoso, dos centrales por los que suspiró Carlos Corberán
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«A ver cuándo me sacas en una columna». Me lo suelta a bocajarro, sin dobleces ni segundas intenciones porque no sabe lo que son. ...
Es de una sinceridad compacta, como los besos que planta en las mejillas: no son besos al aire ni de refilón, sino besos sonoros y consistentes que responden al enorme cariño que ha recibido de los suyos, el que compensa todo el que no tuvo durante sus dos primeros años de vida.
Además de afectuoso, es sociable y juguetón, tanto que, cada vez que se encuentra con mi santo, se repite la misma escena: él le pide cinco euros para cortarse el pelo, mi santo reniega, se hace el remolón («¡pero si lo llevas cortísimo!», le dice) y acaba por dárselos.