
Belchite, espejo de cipreses y de la maldición que persigue a España
Belchite me conmueve de una manera diferente al de otras ruinas. Ciudades arrasadas por ejércitos ha habido muchas a lo largo de los siglos. Contemplo los esqueletos de las iglesias, en pie por puro ejercicio de memoria, los muros arañados por una metralla antigua, las bóvedas que apuntalan un cielo sin arcos, y el cataclismo parece haber sucedido hace unas horas.
En estas ruinas están todas las ciudades malditas del mundo: Cartago después de la mirada de Escipión, Persépolis y la cólera de Alejandro, Albi ante los páramos papales. Todas las ciudades. Todos los padecimientos. En un pequeño pueblo aragonés, detenido en 1937.
Aquí siempre es verano, porque en los lugares desolados el sol impacta de forma más serena. Es lo único que sostiene la iglesia de San Martín de Tours. Accedo por la fachada desdentada, sin vidrieras, una piedra que acaba de nacer directamente del centro de la tierra. Encuentro la orfandad de la arquitectura, el dialecto de la ausencia que busca alzar el templo hacia el cielo pero que se muere de impotencia. Una iglesia destruida es el fracaso del hombre. Un altar sin dioses solamente llama a la tragedia. Sobre los huecos se esconden las palomas.