
Osborne abre la puerta a compras y apuesta por impulsar la internacionalización en su nuevo plan estratégico
No goza, y nadie sabe por qué, la literatura fantástica de un lugar, sino preeminente, sí, al menos, justo dentro de la narrativa española. Pareciera como si el denominado realismo fuera parte sustancial de un supuesto carácter narrativo nacional.
Autores recientes, al menos durante la segunda mitad del siglo XX, como Joan Perucho o Álvaro Cunqueiro o Rafael Dieste, se cuelan, con alfileres, en los manuales. Y, sin embargo, forman parte de una sólida tradición que bien podría arrancar, sino antes, desde los albores de la Edad Media, con El conde Lucanor (1335) del Infante Juan Manuel. Pero esto es lo que tenemos. Hasta ahora.
Sin embargo, la literatura fantástica española goza de buena salud. Ya lo confirmó el número de la revista Ínsula, hace más de una década, en septiembre de 2010, con Lo fantástico en España (1980-2010), coordinado por David Rosas y Ana Casas, y se podía leer en su Presentación: «Todavía hay quien se sorprende cuando se reivindica la existencia de una tradición fantástica española.