Me enfrento al paso de la Cisa: el que lo sube, lo mismo reza a Pantani que a la Virgen
La cuarta estación comprende un cambio brusco de paisaje. Parto de Fidenza y encaro el paso de la Cisa, cuarenta kilómetros de puerto de montaña hasta desembocar en el mar Toscano, con paradas en Pontremoli y Pietrasanta, siguiendo la línea de la costa hasta la ciudad medieval de Lucca.
Sé que esta es mi hora decisiva. Lo asumí desde que compré a Bucéfalo en aquella tienda de bicicletas sevillana. Se trata del paso de la Cisa, de sus cuestas a más del 15% de desnivel, de sus 'tornanti' que se enroscan por la carretera y te hacen sacar el pulmón y el corazón fuera de tu cuerpo. El paisaje es maravilloso, me digo, a medida que asciendo sobre un constante pavimento en el que la rueda no se agarra, sino que resbala hacia atrás.
Llevo ocho kilómetros de subida. Me sé el ritual a la perfección. Mente en blanco, puños apretados al manillar y respiración acompasada con el pedaleo. No voy a las Cruzadas y no me esperaba Jerusalén en lo alto, así que me puedo permitir el beneplácito de poner el último piñón y pedalear como lo hacen los niños en verano.