
Fernández Vara, de delfín de Ibarra a hombre de Estado: 30 años de gestión pública
A Guillermo Fernández Vara no era extraño verlo hablando con los jubilados que se reunían en la calle San Salvador de Mérida en torno a una tienda de revistas y prensa. Lo hacía sobre todo en la legislatura que le correspondió estar en la oposición, entre 2011 y 2015, y le gustaba que se lo recordaran como muestra de lo que, para él, debía ser la esencia de un político: alguien que escucha a los ciudadanos en la calle. O en los últimos tiempos también a través del móvil: se vanagloriaba de estar en 50 grupos de whatsapp.
Aunque es probable que la vocación estuviera desde siempre en él, el paso a la vida política y la gestión pública (antes había colaborado con Cruz Roja, mientras ejercía como médico forense en casos tan sonados como el de Puerto Hurraco, y también había formado parte de órganos docentes y profesionales: siempre una mirada colectiva) no lo dio sin embargo hasta tener cumplidos los 37 años, cuando se produjo una coincidencia en su vida: la relación de vecindad con Juan Carlos Rodríguez Ibarra en la pedanía oliventina de Santo Domingo de Guzmán.
Años más tarde, cuando el primer presidente de la Junta de Extremadura sufrió una grave indisposición en Madrid, sería a él a quien llamaría para solicitarle ayuda médica.